jueves, 17 de julio de 2008

El ratoncito


Era una mañana de abril, rondando la “Konst Runda”.
Mamá y papá trabajaban y tu estabas con nosotras
porque decidieron que durante nuestra estancia,
irías a la guarde un día sí y otro no.
Fuera nevaba y hacía frio, y la tía “F”, tú y yo

jugábamos en el salón a construir y destruir torres
con tus piezas de colores.
Cómo disfrutabas propinándoles patadas a las nuestras.
De repente oímos un ruido que venía de la cocina.

Parecía que alguien pequeño arrastraba algo pequeño.
Los tres nos miramos y armándonos de valor,
nos pusimos en pié y nos dirigimos con curiosidad
hacia la habitación de al lado.
La tía “F” iba en cabeza, dirigiendo la expedición.

Tú y yo, rezagados y unidos por nuestras manos,
a penas nos atrevíamos a avanzar.
Entonces paraste y dándome un tirón del pantalón,
me pediste que te cogiera en brazos;
sabías que pronto veríamos algo.
Y allí estaba, en la encimera.

Un pequeño ratoncito se disponía a bajar
del plato de galletas de canela que hice para la exposición
y que a ti tanto te gustaban.
Llevaba una, enorme, en su boca y la arrastraba a su escondite.
Tú y yo nos miramos con complicidad, sonriéndonos el uno al otro,
y estoy segura de que ambos pensamos lo mismo:
“¿Esa tan grande se va a comer el solito?
Dejémosle pues, que disfrute.”
Cuando miró hacia arriba,
nos sorprendió a los tres mirándole,
y por un momento se quedó tan paralizado como nosotros.
Y entonces, él, tú y yo, como por instinto
(claro que tu estabas en mis brazos),
echamos a correr despavoridos.
En menos de un segundo recorrimos a cocina y todo el salón,

hasta llegar al sofá.
Ya estábamos lejos, y “a salvo”.
Y la tía “F”, muy valientemente,
se quedó intentando capturar al intruso,
con la única ayuda de una taza de plástico.
Nunca podré olvidar aquella mañana,

porque hoy sé que ese ratoncito hizo que tú y yo
nos uniéramos un poco más. Chín-pón.

miércoles, 2 de julio de 2008

Cuánto

Pero cuánto de menos te echo…
Acostumbrada a ver tu carita todos los días,
ahora, por circunstancias varias de la vida
(que algún día entenderás), no puedo verla en mi tablón.

Tengo que resignarme a tenerte delante
solamente cada muchos días.
Y cada vez que veo una foto nueva de las tuyas,
no puedo evitar sonreírme por el sentimiento
tan especial que me provoca el ver, que ese bello proceso
que es "crecer", también te tiene a ti en cuenta.
Creces mucho y deprisa, por momentos,
y a veces me pongo triste y me da miedo pensar
que no estaré presente en todos y cada uno de ellos.
Pero seguidamente mi rostro cambia a alegría, porque sé

que cada próxima vez que te vea, serás aún mayor.
Cada vez usarás más palabras y gestos nuevos,
y llegará el día en que estemos juntos hablando
y me comentes lo que pasa por tu cabecita.
Pero ahora, cuánto de menos te echo…